Cuando observemos en nuestros hijos e hijas conductas que se mantienen en el tiempo, que generan en ellos infelicidad, tristeza, confusión… emociones que los padres y los propios menores no comprenden, es el momento de valorar que está sucediendo. Intervenir en los desórdenes emocionales y los problemas de conducta en estas edades permite un desarrollo pleno y saludable de los niños, niñas y adolescentes.
Hay algunos signos que pueden manifestar problemas de conducta:
• Enfados, rabietas, berrinches, desobediencia, alteración o perturbación en casa o en el aula que genera malestar a los padres, hermanos, compañeros de clase, profesores o docentes.
• La expresión, por parte del menor de emociones que se mantienen en el tiempo y que van siempre en una misma dirección: tristeza, desesperanza, miedo… o ansiedad, nerviosismo… incluso en ocasiones un exceso de euforia e histrionismo. En definitiva emociones excesivas y acusadas y que se prolongan en el tiempo.
• Problemas de comportamiento alimentario.
• Preocupación excesiva por la auto imagen, obsesionarse con defectos, o con el peso, etc.
• Problemas físicos: insomnio, pesadillas y otras alteraciones del sueño. Cansancio y fatiga. Dolor muscular. Pérdida frecuente del equilibrio, etc.
• Cuando aparecen ciertas dificultades en el desarrollo evolutivo normal (de aprendizaje, enuresis, encopresis, etc)
• Dificultades en las habilidades sociales: falta de relación con los compañeros y compañeras, aislamiento…
• Adicciones a videojuegos, consola, televisión, móvil…
También es muy importante saber que los padres y el contexto familiar influyen de un modo notable en los aspectos psicológicos de los menores, es fundamental atender a los problemas de conducta en los menores que se generan a partir de:
• Conflictos de pareja.
• Separaciones y divorcios.
• Cambios de lugar de residencia.
• Cambios de centro educativo.
• Pérdidas emocionales: pérdida de un familiar próximo, un amigo o una amiga del menor o de la menor, etc.